Detrás de cada gota de veneno que se analiza en un laboratorio hay años de trabajo silencioso, meticuloso y, sobre todo, paciente. En el Centro de Investigación e Información de Medicamentos y Tóxicos (CIIMET) de la Universidad de Panamá, la cría y el mantenimiento de escorpiones de importancia médica no es una tarea sencilla ni rutinaria: es un proceso científico complejo que exige precisión, protocolos estrictos y un profundo respeto por la vida de estos artrópodos.

En el escorpionario #2 del CIIMET, Maribel Barría es una de las responsables de que decenas de especies se mantengan saludables en cautiverio. Allí se albergan escorpiones como Tityus jaimei, Tityus cerroazul, Tityus championi, Centruroides panamensis, Centruroides bicolor, Centruroides granulosus y Centruroides limbatus, todas las especies de relevancia médica para Panamá.

“Cuando los escorpiones llegan del campo, no entran directamente al laboratorio; primero pasan por un periodo de cuarentena”, explica Barría. Una vez superada esa fase, cada animal es colocado en una caja individual con condiciones cuidadosamente diseñadas: algodón humedecido para la hidratación, refugios hechos con cartones de huevo y un código único que permite conocer toda su historia, desde su lugar de colecta hasta las extracciones de veneno que se le han realizado.

Un ambiente que imita la naturaleza

Mantener a un escorpión en cautiverio implica reproducir, lo mejor posible, las condiciones de su hábitat natural. Temperatura y humedad varían según la región de donde proviene cada ejemplar. “No todos los escorpiones se cuidan igual. Todo depende del área en la que fueron colectados”, señala Barría.

La alimentación también sigue un calendario estricto. Cada animal se alimenta cada 15 días con grillos o cucarachas (que se crían también en otra área del CIIMET), dependiendo del género. La limpieza de los recintos, la reposición de refugios y la hidratación forman parte de una rutina constante que busca reducir el estrés del animal y garantizar su bienestar.

Extraer veneno sin dañar al animal

Uno de los momentos más delicados del proceso es la extracción del veneno, una tarea central para la investigación científica. Eduardo Leiva, asistente del Escorpionario #2, explica que se utilizan dos métodos: la estimulación mecánica y la electroestimulación.

En la estimulación mecánica, el escorpión pica una membrana colocada sobre un vidrio-reloj, liberando el veneno de manera natural. En la electroestimulación, se aplica una descarga eléctrica muy baja en el telson —donde están las glándulas de veneno— para inducir su liberación. “El voltaje es cuidadosamente controlado para no causarle daño al animal”, aclara Leiva.

Las extracciones se realizan, por lo general, cada dos meses y siempre bajo normas estrictas de bioética. El veneno obtenido se utiliza en ensayos biológicos y en investigaciones orientadas al desarrollo de tratamientos médicos. De hecho, recientemente se logró la patente de un antiveneno antiescorpiónico para tres especies panameñas: Centruroides bicolor, Tityus cerroazul y Tityus jaimei.

Orden, limpieza y bioseguridad

El trabajo diario en el escorpionario requiere disciplina y medidas de seguridad rigurosas. Isabel Lee, asistente de laboratorio, destaca que nunca se trabaja en solitario y que el uso de guantes, mascarillas, pinzas entomológicas y otros implementos es obligatorio. Cada caja es limpiada y desinfectada periódicamente para evitar contaminaciones y mantener condiciones óptimas.

Además, cada escorpión cuenta con un registro detallado que incluye especie, sexo, lugar de colecta, fecha de ingreso y cualquier evento relevante, como partos o mudas. Esta información se consolida tanto en registros físicos como en bases de datos digitales.

Parte del personal responsable del cuidado de los escorpiones más venenosos del país.

laboratorio de crías

La complejidad aumenta en el laboratorio de crías, donde Amy Sánchez se encarga de los escorpiones más jóvenes. Muchas hembras llegan del campo ya preñadas, y algunas especies incluso se reproducen por partenogénesis, es decir, sin necesidad de un macho.

Las crías se agrupan en “cunas”, donde cada caja corresponde a una camada completa de hermanos. Allí se controla la temperatura —ligeramente más alta que en los juveniles—, la alimentación con grillos diminutos y el espacio suficiente para reducir el canibalismo, una conducta común en escorpiones panameños.

“Podemos tener hembras que paren tres crías, pero también otras que tienen 30 o más”, explica Sánchez. Cada cuna es monitoreada durante meses, hasta que los escorpiones alcanzan el tamaño adecuado para ser separados individualmente.

Carlos Morán, ayudante del proyecto, señala que las crías permanecen entre tres y seis meses en esta área. Solo cuando alcanzan un desarrollo suficiente son trasladadas a otros laboratorios. “En esta etapa no se les extrae veneno porque son más delicados. Hay que esperar el momento adecuado para no poner en riesgo su vida”, afirma.

Ciencia que requiere tiempo

Criar escorpiones para investigar su veneno no es un proceso rápido ni simple. Implica años de observación, control, registro y cuidado constante. Cada paso, desde el nacimiento de una cría hasta la extracción de una mínima cantidad de veneno, está pensado para equilibrar la seguridad del personal, el bienestar del animal y el avance del conocimiento científico.

En el CIIMET, este trabajo silencioso se traduce en resultados concretos: conocimiento sobre la biodiversidad del país, desarrollo de antivenenos y aportes directos a la salud pública. Un recordatorio de que, incluso en los animales más pequeños y temidos, la ciencia encuentra respuestas que pueden salvar vidas.

Por: Irina Chan Castillo / Foto: Félix Villarreal / Canva Pro.

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