Con una sonrisa franca y un relato cargado de anécdotas, el Dr. Julio César Salazar Moreno, catedrático de la Facultad de Odontología de la Universidad de Panamá desde hace 48 años, comparte su historia de vida, marcada por la humildad, el esfuerzo y el orgullo de sus raíces.

“Yo nací, me crie y crecí en El Chorrillo”, ciudad de Panamá, afirma con orgullo. “A veces la gente no lo cree, pero siempre lo menciono porque quiero que sepan que cuando uno se propone algo, sí se puede lograr”. Su niñez transcurrió en un cuarto de menos de 12 metros cuadrados, con un altillo en el que dormía.

A pesar de las limitaciones económicas —su madre vendía telas en la central por 20 dólares semanales y su padre era electricista— nunca le faltó guía ni disciplina. “Siempre con la orientación de papá y mamá. Mi padre era estricto, y yo, como hermano mayor de tres, debía asumir responsabilidades desde temprano”.

Desde joven, Salazar mostró un liderazgo natural. “Los niños del barrio hacían lo que yo decía: fútbol, béisbol, bañarnos en la playa de Barraza, guantear bajo la lluvia. Nadie me lo discutía. Me decían ‘Cencin’, por César, y me preguntaban qué íbamos a hacer ese día”.

Ese espíritu de liderazgo lo ha acompañado toda su vida. Ha sido presidente en cuatro ocasiones de la Asociación Odontológica Panameña, un gremio de prestigio que en 2026 celebrará 90 años. “Eso te dice algo: que la gente confía, que algo estás haciendo bien”.

Un doctor motivado por los carros… y por un sueño

Su decisión de ser odontólogo tiene un matiz peculiar. “Yo no sabía nada de odontología, solo que tenía dientes. Lo que me motivó fueron los carros. Veía que los doctores tenían buenos carros y yo decía: ‘Yo quiero ser doctor para tener buenos carros’”. Esta anécdota, contada con humor, la repite con cariño a cada generación de estudiantes.

Ingresó al Instituto Fermín Naudeau, del que guarda excelente recuerdo. Al culminar la secundaria aplicó a la Universidad de Panamá y se debatía entre estudiar Medicina u Odontología. “Cuando me vine a matricular, me pasé de largo de Medicina.

Vi los carros que estaban estacionados allí y no eran gran cosa. En cambio, en Odontología vi unos carrasos, los de los profesores. Pregunté qué título daban y me dijeron: ‘Doctor en Cirugía Dental’. Yo dije: ‘Aquí es la cosa’. Y así fue”.

Docente por vocación, líder por convicción

Tras culminar sus estudios en cinco años e internarse en Coclé, fue invitado por el entonces decano Dr. Jorge Arango a integrarse a la docencia. “Aquí estoy, 48 años después, como director de la clínica, aportando lo poco que tengo como doctor… y como admirador de los carros”.

En su labor como docente es exigente, pero justo. “A mis estudiantes les enseño con respeto. No regalo nada, pero tampoco humillo. Todos merecemos respeto. Me llena saber que las programaciones conmigo siempre están llenas. Eso dice algo”.

Una vida sin vicios, pero con mucha salsa

A sus 74 años, el Dr. Salazar asegura con orgullo que jamás fumó ni probó drogas, a pesar de haber crecido en un entorno donde muchos jóvenes sí lo hacían. “Nunca me dejé llevar. Yo sabía lo que quería”. Su gran pasión, además de la odontología, es la música. Toca conga, bongó y campana. Amante de la salsa, creció con la Orquesta Aragón y Benny Moré, y luego con los grandes del género como Willie Colón y El Gran Combo.

Un profesional al servicio del país

Su paso por Coclé también le dejó experiencias únicas. Atendió al general Omar Torrijos Herrera, quien frecuentaba la clínica donde él realizaba su internado. “Fui su dentista allá. Y algo que pocos saben: yo iba en el avión en que murió Torrijos. Íbamos a Coclesito, pero me bajaron porque el avión no podía cargar tanto peso. Así que… cumplo años dos veces: el 12 de noviembre, cuando nací, y el 31 de julio, cuando volví a nacer”.

Más que un maestro, un ejemplo

El Dr. Julio César Salazar Moreno no solo ha dejado huella como docente, sino como ser humano. “Nadie en mi familia había estudiado en la universidad. Yo elegí esta carrera, nadie me la impuso. Y hoy, jubilado pero activo, me siento realizado. No quiero irme. Si me permiten, me quedo aquí hasta los 100 años”.

Por: Alfredo Meléndez Moulton

Foto: Frank Perea.

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